viernes, 4 de junio de 2010

Pantocrátor y Tetramorfos (3)

SINOPSIS DEL CAPÍTULO


Ezequiel ve un carro glorioso, y en él un solio en el que preside Dios. Ve primero una tempestad, nubes y fuego que vienen del Aquilón (Norte). Segundo, vers. 5: Ve salir del fuego cuatro animales; mejor dicho, los ve dentro del fuego; cada uno tiene cuatro caras, a saber: de hombre, a su derecha de león, de buey a su izquierda, de águila la de arriba; estos animales marchaban dentro del fuego. Tercero, vers. 15: Ve cuatro ruedas grandísimas, llenas de ojos, que andaban al mismo tiempo que los cuatro animales: tenían, pues, espíritu de vida. Cuarto, vers. 22: Ve sobre los animales el firmamento como un limpidísimo y brillante cristal y en él un solio de zafiro. Quinto, vers. 26: Ve sobre el solio a un hombre hermosísimo, semejante al electro, todo envuelto en fuego y cubierto o vestido por el Iris.
Vamos a ver qué significado tienen cada una de estas cosas. Como nuestro objeto no es otro que demostrar el paralelismo de los dos grupos de la pintura del ábside de Baouit, nuestra sinopsis se hará solamente sobre los cinco grupos en los que hemos dividido el capítulo primero.

1.° Tempestad de nubes y fuego que viene del lado Norte, llamado Aquilón, lado de los vientos fríos, que traen los hielos, las nieves y las lluvias. Es símbolo del demonio que hiela el alma. Esta tempestad del lado del Aquilón marcha hacia el Oriente, lado de Cristo: Oriens est nomen ejus. Es decir, camina de lo imperfecto a lo perfecto. Así vio el Profeta, en sus últimas visiones, esta misma sobre la puerta oriental del Templo. Allí veremos cómo esa puerta es Cristo y cómo es también esa puerta la Virgen Santísima; todo ello lo encontraremos a lo largo de la profecía de Ezequiel; así podemos explicarnos las pinturas del ábside de Baouit, viendo que la de arriba y la de abajo se corresponden perfectamente.
¿Por qué Dios se aparece entre nubes? ¿Por qué se le representa así en todas las épocas hasta el Renacimiento? Porque las imágenes se pintaban con arreglo a un simbolismo perdido ya, pero que aún está vivo en los viejos códices, en la clave Melitoniana, monumento del siglo u que tiene contacto directo con los tiempos apostólicos; en las fórmulas de San Euquerio, y luego en todos los Santos Padres, en los que se hallan dispersas estas fórmulas explicadas, que la labor ingente del Cardenal Para sacó a luz en los Analecta Sacra del Spicilegiurn Solesmensis, y en los tomos II y III del mismo Spicilegium, selección de las obras de los Santos Padres y escritores eclesiásticos griegos y latinos.
Dios aparece frecuentemente entre nubes, porque éstas son el instrumento de que se sirve la Divina Providencia para castigar, gobernar o premiar al hombre. Así Dios nos envía por medio de las nubes el rocío, la lluvia, la nieve, el granizo, las piedras, el trueno y el rayo. En las nubes aparece el bellísimo Iris. Las nubes, pues, tan pronto producen el terror como la alegría.
El Señor conduce las nubes del cielo, cubriendo el sol con ellas y atemperando así sus ardores; con ellas mismas resuelve y mitiga el rigor de los hielos del invierno. Con ellas riega y fecunda la tierra, alimenta y apacienta a todo el orbe.
Dios imprime a las nubes grandes velocidades, por lo que se trasladan al punto de una región a otra.
El Señor las levanta desde lo profundo de la tierra hasta la excelsitud de los cielos, como se levanta el aire sin que haya ninguna fuerza capaz de impedirlo.
Dios obra con las nubes sobre toda la haz de la tierra; ahora al Oriente, ahora al Occidente, tanto al Mediodía como al Septentrión; las hace pluviales y fecundas, o secas y estériles. Así pudo decir muy bien Moisés (Deut., cap. XXXIII, vers. 26): Magnifitentia ejus discurrent nubes. En la Escritura se dice frecuentemente que las nubes son como el carro real de Dios (Salmo CIII, vers. 3): Pones nubes ascensum tuum qui ambulas super pennas ventorum. En una columna de nubes precedía Dios a los campamentos de los hebreos hasta que los dejó salvos en la tierra de Canaán. Cuando les dio la ley en el Sinaí, envolvio toda la cima del monte en una nube (Exod., XIX, vers. 16). Una nube llenó el tabernáculo,de Moisés al ser inaugurado, y lo mismo sucedió en la dedicación del Templo de Salomón. En una nube luchó el Señor contra Faraón, colocándose por su medio entre los hebreos y los egipcios (Exod., XIV, vers. 20). En medio de una nube se mostraba Dios a los hebreos y desde ella hablaba a Moisés para que por ella se le reverenciara y reconociera como legislador celeste (Deut., 1V, versículo 11). En el Nuevo Testamento, en la escena de la Transfiguración, se nos dice: Nubes lucida obumbravit eos (Mat., XVII, vers. 5). En el día de la Ascensión se lee: Nubes suscepit eum ab oculis eorum (Act., I, vers. 7). Y por último se nos anuncia que ha de venir a juzgarnos, In nubibus coeli (Mat., XXIV, vers. 30).
De aquí se deduce que Dios suele mostrar su presencia, y ocultarse y cubrirse con las nubes, para indicarnos que su providencia está siempre presente y ocultísima al mismo tiempo. Así Maternus Firmicus escribe a Martinus Lollianus: Quiso (Dios) al principio, cubrir y ocultar la naturaleza de su divinidad por muchos tejidos, para que su acceso no fuera fácil para todos, y para que sin ser reconocido por todos el origen de su majestad, sea confesado.
Alegóricamente las nubes son símbolo de la humildad de Cristo, pues está oculta y vela su deidad. Las nubes, pues, significan la providencia sobrenatural, arcana y divina, por la cual Cristo rige su Iglesia, en la cual brilla como una columna de nube y de fuego, iluminándola y protegiéndola al mismo tiempo y conduciéndola al cielo por caminos rectos. Así piensan San Jerónimo, Cirilo, Isychio, Agustín, Gregorio, Ruperto y otros.
Tropológicamente las nubes son los apóstoles y predicadores del Evangelio por nueve analogías:

1.ª Así como las nubes desde la tierra y el mar son levantadas en el aire y llevadas por el ímpetu de los vientos, así los apóstoles del humilde barro de la tierra, y del mar del siglo son levantados, y obran impelidos por el espíritu de Dios. Así San Jerónimo, Agustín y Gregorio.
2.ª Como la columna de nube y fuego que iluminó a los hebreos y los condujo a la tierra de Canaán, así los predicadores iluminan las tinieblas de este mundo y conducen a los hombres al cielo.
3.ª Estas nubes emiten su doctrina al pueblo como un rocío y lluvia celestiales, que lo fecundan y apacentan. (San Dionisio, Coeleste Hyerarch.)
4.ª Estas nubes son la gloria del Iris celestial; esto es, de la Pasión de Cristo. (San Pablo, Corintios, cap. II, vers. 2.)
5.ª Ellas son el glorioso carro que Dios conduce y lleva el nombre de Cristo a las gentes.
6.ª La voz y el trueno de estas nubes significan la eficacia de la predicación evangélica, que consternan y consumen corno el rayo con su luz celestial, penetrando y abriendo los más íntimos recodos del corazón y la mente.
7.ª Porque los misterios del Evangelio, a saber: la Encarnación, la Trinidad, la Redención del hombre, la Eucaristía, etc., los abren de tal modo, que aunque queden al mismo tiempo velados corno por una nube, se muestren a la impenetrabilidad humana para que todos conozcan que es verdad aquello que dijo Salomón: Deus dixit ut habitaret in nebula, y aquello del Salmo XVII, vers. 12: Posuit (Dei majestas) tenebras latibulutn suum.
8.ª Las nubes reciben en sí mismas los rayos del sol, brillando extraordinariamente por encima de ellas, pero recogiéndolos los refringe, transmitiéndolos de nuevo acomodados a nuestra vista. Así hacen los apóstoles, los doctores y los ángeles. (San Dionisio, In Coelest. Hyerarch., capítulo XV.)
Por último, Cristo, en estas nubes rodeado de su comitiva, vendrá a juzgarnos, In sanctis millibus suis. (Deut., cap. XXXII, vers. 2.)
He aquí una explicación del por qué se encuentran los apóstoles en la parte inferior; aún hemos de hallar más razones. Asimismo encontraremos la razón del por qué se encuentran Cristo Hombre y su Santísima Madre. Voy a cerrar esta parte con la hermosa composición de Hermannus Werdinensis en su Hortus Deliciarunt, lib. I, cap. V:  
Ut pariant pluvias, et terrae germina crescant  / Impraegnant nubes ilumina rore suo / Hi sunt Doctores ad coelum corda levantes / Et qui subjectis dogmata sacra pluunt / Sic volat ad summa, divino rore replete / Sanctorum Domini mens in amore calens / Proficit exemplo subjectus guando magistri / Accrescit nubes, rore repleta sacro
Aunque no dice apóstoles, como éstos son los primeros doctores de la Iglesia, vale la poesía para nuestro objeto.
Estas nubes son tormentosas y llevan consigo el trueno y el relámpago; se hallan envueltas en fuego y a su alrededor hay un resplandor grande. Vamos a ver qué cosa son estos rayos y truenos y este esplendor que la nube envuelve, y lo que acerca de estas cosas nos dicen los Santos Padres. Melitón de Sardes, en su Clave Claramontana, nos dice: Fulgura excitación del divino terror, y cita precisamente las palabras de Ezequiel correspondientes a la pintura que comentamos (Ezequiel, I, vers. 13): Y estos animales a la vista aparecían como hachas encendidas, veíase discurrir por en medio de los animales un resplandor de fuego y salir del fuego relámpagos.
San Gregorio el Magno dice: Por la palabra trueno se entiende a Nuestro Señor encarnado, que mediante las Profecías de los antiguos Padres, llegó su conocimiento a nosotros, como un trueno, que apareciéndosenos visiblemente sonó terriblemente; por lo cual llamó a los Apóstoles engendrados por su gracia, Boanerges, esto es, hijos del trueno. Pedro de Capua abunda en las mismas ideas; después de dar otros significados del trueno y del relámpago, nos dice: El trueno celestial es el mismo Cristo. (Job, Viam sonantis tonitrui.) Así a todos sus apóstoles, y más especialmente a Juan y Santiago, los llamó Boanerges, esto es, hijos del trueno, porque todos fueron hijos o discípulos de Cristo. Y aquellos dos merecieron oír en la Transfiguración la voz del Padre, que fue como un gran trueno. Hic es Filias meus dilectas.
El Anónimo de Claraval nos dice en sus fórmulas que el trueno es el Señor encarnado, y hace extensivo su símbolo a los apóstoles. En el Códice de la Biblia Bellevallense encontramos las mismas adaptaciones.
Pedro de Riga, en su poesía Aurora, en la parte del Éxodo, dice en sus versos 1.086 al 1.099:
Lex datar in Sinai, dum mensis tertius instat, / Cum fumo, tonitru, fulgore, nube, tuba./ Hoc inmense datum descendit Pneuma beatum / Cum flamma, lingüís, luce, canore, sono. / Clares in his rebus jucundi gloria festi, / Et pentecostes lux preciosa micat. / Montem fumare, mugire tonitrua, spargi / Fulgora, fiare tubam legis origo facit. / Ecce Sion montera desinat mons Siria; / fumat Lex ibi: sed sacer hic flatus in igne datar. / Oris apostolici sacra verba tonitrua signant. / Fulgura quae rutilant, splendida signa notant. / Doctorum voces altas clangore tubarum / Accipe, qui populos ad sacra justa vocant.
Vemos, pues, a Cristo y a los apóstoles envueltos en esas nubes, truenos y relámpagos, velados por estos símbolos, pero aún los encontraremos más claramente.
Ahora bien, en la profecía, además de todos estos símbolos, se anuncia por el viento, torbellino y fuego la gran calamidad que amenaza a los judíos y a las gentes, calamidad que ha de venir del Aquilón, esto es, de Caldea. La gran nube es el ejército de Nabucodonosor; Jeremías dijo de él: He aquí que sube corno una nube y su carro corno la tempestad (Jer., IV, 13).
El fuego que le envuelve significa: primero, la ira e indignación de Dios, que iba a ser derramada sobre los judíos y otras gentes por mano de los caldeos; segundo, la ira y la truculencia de Nabucodonosor, que había de quemar y asolar todo como el rayo; tercero, el incendio del Templo de Jerusalén, que Jeremías anuncia en el capítulo IV, 4, y en los Trenos, capítulo II, 4. Esta tempestad se atribuye a Dios, porque Él la llevó a cabo por medio de los caldeos. Por eso envuelve a todo esto un gran esplendor, símbolo de la majestad y gloria divina, pues Dios está, según el Salmo, amictus lumíne sicut vestimento (Salmo CIII, 2). Los caldeos vinieron y vencieron como guiados e impulsados por Dios, sin el cual nada pudieran haber hecho.

Nota: la primera imagen corresponde a la Visión de Ezequiel en el impresionante De Aetatibus Mundi Imagines - Francisco de Holanda (1545-1573).

RECORDATORIOEl presente texto corresponde al ensayo "Visión de Ezequiel (Pintura de un ábside del siglo VI de la necrópolis de Baouit – Egipto)" Publicado en Cruz y Raya, Madrid, 1935 - .P. R. DE PINEDO, O. S. B. Ensayo que estamos publicando y que cuenta con dos posts anteriores.

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